Las mujeres y la atención primaria de la salud. Artículo de Floreal Ferrara.



Artículo escrito por Floreal Ferrara, publicado en 1990 en la revista Nivel 1 (Año 1, Número 3), de la Asociación Argentina de Medicina General.
  
Imágenes del artículo:

 




Las mujeres y la atención primaria de la salud


Autor Dr. Floreal Ferrara.
Médico sanitarista, dos veces Ministro de Salud de la Pcia. de Bs. As., muchos libros en su haber, impulsor del programa ATAMDOS en su última gestión, apasionado, polémico y por sobre todo militante de la salud pública.


¿La concepción de participación que impulsan los organismos internacionales, incorpora a la mujer a los procesos de cambio social o sólo les reserva el espacio de su histórico rol “reproductor de vida”? Esta nota nos invita a la reflexión y a la polémica.


En un documento de la oficina Panamericana de la Salud (Pub. Científica N-473) donde se analiza la participación de la comunidad en la salud, nos hemos detenido un instante en el estudio que esa organización la otorga a la amplitud de la participación, en la Atención Primaria de la Salud.
En dicho documento, que es de 1984, el análisis se ubica en la definición de quiénes y cuántos intervienen en esa participación, habiéndose detectado que “en la mayoría de los casos se observó una participación relativamente amplia, en el suministro de los recursos, así como en la utilización de los servicios.
De todas formas, el estudio ofreció pocos datos con relación a los grupos sociales de la comunidad que participaron y señalan como ejemplo la carencia de información objetiva con relación a “élites, dirigentes, grupos minoritarios, jóvenes, ancianos, grupos de altos o bajos ingresos, hombres y mujeres…”
Es de interés indicar que en este estudio se acentúa “que la participación de las mujeres en todos los aspectos del programa de participación comunitaria es muy importante porque éstas constituyen el grupo principal hacia el cual están dirigidos los programas de salud materno-infantil y de atención primaria de la salud.
Detengamos la observación en estas dos expresiones del organismo internacional sanitario, con respecto a la amplitud de la participación en el sentido de quienes intervienen en su proceso. Primero, debe reconocerse que se carece de información para un aspecto esencial de la experiencia latinoamericana y caribeña, en una ausencia que sorprende, porque, o bien el diseño de la investigación lo olvidó y eso mismo define una decidida orientación ideológica hacia una concepción funcionalista bien limitada y superficial, o en realidad la participación fue tan intrascendente que a pesar del diseño ni siquiera logró impregnar, por su escasa intensidad, a los protocolos de campo del estudio. Se salvan de este olvido la comunidad urbana de Brasil, apoyada por el programa religioso del área urbana de Ecuador, influenciada por los trabajadores con determinada organicidad sindical y las formaciones de masas de Cuba, con la tonalidad revolucionaria correspondiente al proyecto nacional.
En segundo término, la enunciación de los grupos sociales de la comunidad, de los que no se tienen noticias sobre su participación en los programas A. P. S., resulta toda una definición sobre las intenciones técnicas del destino elegido para el protagonismo que se le asigna a la población que debería participar.  
Parece claro la búsqueda posible de las élites, de los dirigentes de los grupos minoritarios, aún de los altos ingresos y si bien se completa el deseo participativo con los jóvenes, ancianos, grupos de bajos ingresos y finalmente en una convocatoria sin límites, a los hombres y las mujeres, no cuesta mucho esfuerzo percibir una intesionalidad individualista y de singularidad en la particularidad social.
Es cómo pensar que se invocaron estas localizaciones en las ausencias de información porque los estudios observaron sociedades desintegradas, o de cierta marginalidad, que no presagia la presencia de organizaciones sociales con perspectivas de participación comunitaria. Pero a pesar de esa comodidad y aún en el seno de tal razonamiento, igual puede detectarse una orientación funcionalista, que en el mejor de los casos recala en algún momento en la capacidad participativa de las élites, pero que inexorablemente anclará, por propia determinación ideológica, en la individuación de las prácticas político-sociales.
Ese anclaje es terminante en cuanto incluye hombres, mujeres… y particularmente refuerza su tendencia inorgánica e individualista, cuando dice que las mujeres son fundamentales para esa participación, en cuanto “constituyen el grupo principal” por el cual se hacen los esfuerzos específicos de buena parte del programa A. P. S. y menciona la salud materno-infantil.
 Esta incorporación individual o genérica de la mujer a un acontecimiento político como es la atención primaria de la salud lleva incorporada gran dosis de incapacidad para la participación. La experiencia así lo demostrará y pondrá en claro que esa fórmula individualista de incorporación fragmentaria de la mujer tiene el error germinal de no comprender que siempre, en todos los casos, una incorporación de esa naturaleza es una resultante política, y por lo tanto, la forma dominante de toda política exige de un proceso de generalización, no de individuación. Tal generalización se impone como condición insoslayable par toda identidad colectiva.
Además la participación a la que se las convoca aparece ligada a su propia condición de mujer con apelaciones vinculadas, casi con intencionalidad de subordinación, a su maternidad, haciendo más notoria su búsqueda como movimiento difuso, sin integración alguna, y aún de sonidos heterogéneos, porque “las mujeres” son muchas y diferentes posiciones.
Se percibe casi una concepción ideal de la participación, como extensión del idealismo político que la impulsa, que no es más que una apelación a la voluntad de las mujeres, el producto de las reglas del comportamiento que se imponen a sí mismas, en función de un objetivo limitado y que además y, para peor, se les indica como único e imprescindible.
Las mujeres (como los hombres) como componentes del pueblo de las masas, no están fuera del Estado. Están entramadas en la red de las relaciones estatales, es decir, de las relaciones sociales que jerarquizan a determinadas formas de poder dominante, que media entre las funciones de represión y de sometimiento o explotación. Estas condiciones las requiere para existir como Estado y las mujeres son parte de esas condiciones.
Claro, no todas… y si no recordemos el silencio revolucionario y el dolor acusador de las Madres de Plaza de Mayo en todos los tiempos de sus calvarios, pero especialmente frente a la cuasiorgía del Mundial de Fútbol del 78. Eran otras mujeres, que la tragedia las diferenciaba, porque como “cuerpo” realizaron tareas para buscar la ruptura con la indeterminación individualista y subordinada de las mujeres.
La incorporación de “la mujer” no es entonces una simple concesión de los poderes, sino que debe ser consecuencia de una larga lucha y procesos históricos, que configuran una tendencia contradictoria de la sociedad, porque si no, de esta forma selectiva de la A. P. S. que recomienda el organismo panamericano de la salud, se vuelve a la subordinación histórica tocada por la sublimación nostálgica de la función para la reproducción de la vida o términos políticos de la fuerza laboral del capitalismo colonial.
El Estado que incorpora así a las mujeres como entes individuales y subordinadas a su bíblico papel, a la política estatal y a su condición sexual vital, impone el peso de su ideología, de su condición de síntesis del poder dominante, dispuesto a sostener las diferencias que marcan las relaciones sociales emergentes, en nuestros países, del sistema neocolonial.
La mujeres saben que sólo podrán alcanzar expresión histórica si logran conformar el movimiento que se exponga a tales condiciones de dominio y por lo tanto de subordinación, con la enorme salvedad que esta interrelación grupal de las mujeres como clase sexual, en su lucha contra la subordinación como clase política, están construyendo el rumbo de su propia liberación de la subordinación sexual. Ni antes de la revolución política, ni después de la supresión de la subordinación político-social, cuando hayan caído las clases coloniales. Son procesos de luchas revolucionarias conjuntos y contemporáneos.
Esta es una aproximación macropolítica al papel de las mujeres organizadas para su liberación, que nada tiene que ver con la incorporación mediada e individualista que propone la OPS, desde una indisimulada posición liberal, con insalvables reminiscencias machistas. A esta aproximación aún le falta el análisis histórico y objetivo del lugar, la función y las prácticas concretas para el movimiento feminista, en la historia y el futuro de las relaciones sociales anticoloniales. Tal cuestión del futuro permanece abierta, sin olvidar que las relaciones de dominación son consecuencia del modo de producción determinante. Este análisis hacia el futuro no puede relativizar o ignorar las contradicciones que pugnan en su seno, sino que será necesario profundizarlas para entender las contradicciones objetivas, que edifican las contradicciones ideológicas.
Entre esas contradicciones se encuentra la ruptura o evidente separación del feminismo con los partidos políticos, los tradicionales y los menos tradicionales. También con los partidos nacionales que ostentan una lucha e ideología anticolonial.
Sin embargo, hablar de ruptura o de evidente separación, posiblemente no quiera significar en el pensamiento feminista la liquidación del movimiento anticolonial, que en nuestro caso entrañara el movimiento trabajador y las organizaciones políticas y sociales del mismo signo que lo acompañaran.
No es aventurado pensar que lo que está en cuestión no es la estructura teórica anticolonial, ni la presencia en el mismo de las fuerzas del trabajo y las populares, como movimiento organizado hacia la descolonización, o la deconstrucción del aparato colonial. Ni tampoco la objeción de esas fuerzas como constituyentes del “subsuelo de la patria sumergida” como reflexionaba conmovido Scalabrini Ortiz en aquel 17 de octubre de 1945.
Pero la verdad es que “La estructura partido político…” no funciona como unidad de la integración anticolonial y muestra todavía excluidos en su casi totalidad a los movimientos femeninos que pugnan por romper su doble subordinación. Además tales partidos sólo expresan una parte de las luchas obreras, en nuestro país es así, pero con una separación que se acentúa entre la acción política y la sindical, aceptando de tal manera una infiltración ideológica liberal, que está esterilizando la fuerza esencial de esas prácticas políticas frente a las determinaciones de excelencia.
Por otra parte, los efectos de dicha separación se propagan sobre otros movimientos para evitar su incorporación, entre ellos y preferentemente el de las mujeres, las que quedan de esta forma fuera de los campos nacionales, bien al margen de la lucha política organizada.
Parece como que los partidos políticos nacionales después de la experiencia conmovedora de Eva Perón introduciendo a la mujer en la vida profunda de su movimiento, hubieran vuelto a pensar como en los tiempos del tradicionalismo político argentino y especialmente de los partidos de izquierda de aquellos tiempos, que el feminismo constituye un peligro de infiltración burguesa. Es que los partidos creían que la defensa de los derechos de la mujer, obligaba a abandonar, o podría dejar de lado, el protagonismo de las mujeres obreras, que para esos partidos eran, y podrían seguir siendo, las únicas mujeres explotadas por el capitalismo colonial.
Los partidos nacionales a pesar de declaraciones y expresiones de convenciones y congresos, siguen con una acentuada desconfianza, que los lleva a temer las reivindicaciones femeninas porque aparecen como escudadas en esperanzas de la clase acomodada, que siempre ha sido la contradicción política de las sugerencias de sus plataformas.
Se han apagado en tales partidos las propuestas feministas y a lo sumo, sus postulaciones vuelven a tomar una consistencia individual, o cuando más de mediano peso grupal que se diluye y hasta se pierde en las propuestas generales y aún específicas de dichos movimientos.
Esto mismo sucede en la consideración que la OPS hace del papel de la mujer. En la incorporación individual, o aún genérica de la mujer, a un hecho político como es la atención primaria de la salud, tiene el error germinal de no comprender en dicha consideración, que su incorporación es una resultante política en todos los casos, porque la forma dominante de toda política exige de un proceso de generalización, no de individuación y tal generalización se impone como condición insuperable para toda identidad colectiva.
Como para los hombres la individuación socava el objetivo de obtener la politización de toda actividad social, que resulta ser el objetivo de cada práctica política que realiza el conjunto. La lucha contra la explotación no puede ser el resultado de la propia e individual situación de explotación. Puede ser influenciada por ella, pero necesita de la generalización que se traduce en esa práctica política de los grupos o clases anticoloniales.
Cuando se menciona tal práctica política, como creación, reproducción y transformación de las relaciones sociales, hasta aquí en la historia de los pueblos en búsqueda de su justicia, esa práctica no puede ser ubicada a un nivel de lo social en exclusividad, como el de las mujeres, por ejemplo. Esto es así porque el problema de lo político es la composición de la institución social, entonces de la delimitación y articulación de las relaciones sociales, en un terreno recorrido y marcado por las contradicciones.
Para la política nacional, el pie de las vocaciones y requerimientos del pueblo, el enfrentamiento a esas contradicciones reclama de la voluntad unida del conjunto anticolonial y ese es el lugar esperado de las mujeres conformadas en este conjunto, no puede ser suficiente responder a lo general del poder colonial históricamente presente, con la autogestión individual, ni de la autonomías de la mujer, ni mucho menos del hombre.

Comentarios