La primer recorrida por el barrio

     Llegaron a la escuela más puntuales que nunca. No era un día cualquiera, iban a conocer el barrio Puente de Fierro. Curiosidad, dudas, esa mezcla de expectativas que despiertan los lugares desconocidos. La presencia de los docentes del Taller de Cultura y Salud y de la asesora en salud del Cebas generaba tranquilidad. 

    Unirse al resto del grupo que había ido directamente al punto de encuentro generó alegría, confianza. Antes de arrancar para el comedor de la agrupación La Patriada, donde nos esperaba una de las referentes, los docentes contaron sintéticamente los 30 años de historia de la comunidad, los avances, las diferentes maneras con las que los vecinos fueron generando condiciones saludables de vida.

    Mucha quietud por la mañana. La gente había salido a trabajar, algunos niños estaban en la escuela, otros en sus casas. Silvia Tabarez nos recibió con el cariño de siempre y  nos presentó a Nidia, una misionera que coordina algunos comedores que están a cargo de la organización y que también nos acompañó en la recorrida.  

   Caminamos por calle 27 hasta el “puente de ladrillos”, una bella construcción que se destaca  en la parte más humilde del barrio, debajo de la cual corre el agua de una de las tantas zanjas que pueblan la zona.  Todavía no estaba claro para el grupo el verdadero valor de lo que estaban experimentando. 

    Una chica disparó la pregunta que todos querían hacer y no se animaban:” ¿Es peligroso andar por el barrio?”  La respuesta de Silvia no se hizo esperar: “Todos los barrios tienen sus riesgos. Es cierto que a nosotros nos hacen mala fama, pero peligros hay en todos lados” dice y se ahorra la explicación de la influencia de los medios de comunicación hegemónicos en la estigmatización hacia los jóvenes de las comunidades humildes, de todas esas prácticas que, desde el prejuicio y la mirada clasista, dañan a los sectores socialmente vulnerables.

    Atravesamos un descampado. Silvia nos iba guiando hacia el barrio Evita, mientras nos explicaba la historia de ese caserío que limita con Puente de Fierro y que fue creciendo en los últimos 5 años.  Casitas de madera, en su gran mayoría. O ladrillo y chapa. Algunas construcciones totalmente edificadas con ladrillos “por gente que tiene plata y viene acá para no pagar servicios de luz, gas y agua”. Silvia tiene su opinión sobre el tema pero no interfiere. Y explica  que mucha gente junta dinero con sacrificio para construir con sus  propias manos la vivienda. Algunos dudan si hacerlo en esos terrenos, porque hay un proyecto en danza para construir una  ruta donde comienza el trazado de las primeras casas. Otros se arriesgan, dice, y comienzan la obra en el mismo terreno en el que levantaron una casilla que los albergó en los últimos años. El ahorro, la ayuda de alguna política pública, ayudan a concretar el sueño de la casita de material. 

    Sorprendía la prolijidad de la distribución de las manzanas, la habilidad de la comunidad para construir un lugar donde refugiarse, cuando se viene de no tenerlo. “Es que en los barrios hay  planificación”, destacó Nidia.  Cada tanto un comedor, un merendero, tan necesarios a la hora del mediodía o a la tarde, cuando los chicos salen de la escuela.

    Se sucedían las preguntas para Silvia, que respondía con claridad y con un énfasis en cada palabra que hablaba de la energía, del entusiasmo, del compromiso por ver crecer al vecindario. Una integrante del grupo anotaba afanosamente cada información que recibía, cada detalle de esa zona de La Plata que nunca había transitado. Esas descripciones irán mutando, enriquecidas a partir de la construcción colectiva que se desarrollará en el aula, donde se van comprendiendo cuestiones que antes se explicaban desde las frases mil veces repetidas y vaciadas de contenido que circulan en los dichos cotidianos.

    Iban surgiendo interrogantes, comentarios… Tomar contacto con nuestro territorio de prácticas fue la gran motivación para relacionar la propia experiencia con las vivencias de esa comunidad dueña de una gran capacidad de apertura hacia el visitante que conoce; el Cebas es uno dentro de esa gran red que vienen construyendo desde hace muchos años. 

    La música llegaba desde alguna ventana, el ritmo de cumbia invitaba a la alegría. Silvia contó que las 38 instituciones del barrio se van turnando a la hora de brindar alimento en comedores y merenderos. Los vecinos se respetan, no hay competencia a la hora de cubrir necesidades. Son códigos de un barrio que, con una gran diversidad de instituciones políticas y sociales, aprendió a estar unido para pelear las causas que son de todos. Solidaridad con el que tiene hambre, alegría compartida cuando una lucha logra conquistar ese objetivo que movilizó el esfuerzo de muchos. Tienen en claro que si no dieran esas peleas no habría plazas, ni canchas, ni luz en el barrio. Los hechos lo prueban.

    Un vecino que había encendido una pequeña fogata para calentar la pava, se cebaba un matecito mientras nosotros caminábamos por la calle 30, hacia el Puente de Fierro. Cuando llegamos a la plaza donde está el monumento “Memoria, verdad y justicia”, la primera tentación fue subir al puente, contemplar todo desde la altura. Después, recuerdos trágicos de las últimas décadas de la historia argentina  comenzaron a impregnar los momentos en los que Silvia explicaba que allí, en dos de los paredones que sostienen el puente, la Dictadura Militar de los 70-80 mandó a fusilar a  muchos militantes políticos y sociales. Recuerdos horrendos para algunos; para otros, el testimonio innegable de relatos que se reiteran cada 24 de marzo. La sociedad no olvida, aquel pasado explica muchas problemáticas del presente. 


    Varias alumnas, que viven en otros sectores de ese mismo barrio, comprobaban, sorprendidas, cómo se descubre otra realidad si se caminan 10 cuadras hacia el norte.  Algunas tienen familiares viviendo allí pero llegar al barrio con el plan de conocer el día a día de luchas, carencias, solidaridades, les permitió otra mirada de las cosas. Los más impactados fueron los que nunca habían transitado la zona: la alegría por lo mucho que fue progresando el barrio se entremezclaba con la angustia que provoca tomar contacto con las necesidades de los vecinos,  y con ese sentimiento de empatía que lleva a querer acompañar esa lucha.

    Se acercaba el medio día, las mujeres del barrio con sus niños volvían de la panadería y nos saludaban al pasar. Los más jóvenes se lucían con sus motos haciendo picadas y nos obligaban a estar atentos para no obstruir esas callecitas que parecen tan tranquilas.

    Seguimos hacia la cancha, orgullo del barrio. Un niño jugaba con su perro en el mediocampo, esperando a sus amigos como todas las mañanas. Silvia nos guió hacia la otra placita, poblada de juegos. Allí, en el colorido carromato que el barrio cede a la extensión de salud mental que la Provincia instala en diferentes puntos de la ciudad, dos profesionales contaron acerca de los talleres que realizan en comedores, casas particulares, espacios públicos. Y de la articulación con otros dispositivos. Acercar el Estado a los barrios.

    Mediodía. Nidia seguía sacando fotos. Cuando Silvia pidió una grupal con todos nosotros, sonreímos a la cámara.  Volvimos a la escuela sintiendo que somos bienvenidos. La chica de la pregunta inicial sobre el posible peligro del barrio, hizo un comentario que vale como balance:”Hicimos un lindo recorrido”. Las calles, los puentes, las casas habían cobrado otro sentido a partir de los relatos de Silvia, que fueron dibujando prácticas que son parte de la cultura de Puente de Fierro: la fortaleza, los esfuerzos, las ilusiones de una comunidad que, de ahora en más, reconocerán como parte del territorio del Cebas.



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